El proyecto plantea la inserción de una extensión al comedor existente como parte de la Hacienda Jesuita San Agustín ubicada en Machachi, a 80 kilómetros al sur de la ciudad de Quito y construida en el año 1830 en un entorno natural único en la cordillera de los Andes.
AÑO: 2016
SUPERFICIE: 224 m²
FOTOGRAFÍA JAG studio
La interpretación de la construcción existente y el entorno natural fue trascendental para proponer un nuevo elemento, “plug-in”, que se inserte en una casa patrimonial y ancestral que actualmente funciona para ejercicios espirituales, que al mismo tiempo respete la lectura de su historia convirtiéndose en un contenedor de madera y vidrio que forma parte del espacio continuo como ampliación del antiguo comedor de la casa hasta el patio interior descubierto que recibe a los usuarios como transición entre el contexto natural inmediato y el programa privado de dormitorios, salas de estar y la capilla religiosa.
El punto de partida fue analizar la estructura de la casa y su sistema constructivo de muros portantes de adobe, al intentar mantener la mayor cantidad de elementos – como respeto a lo existente – en donde se hace una primera intervención al retirar uno de estos muros portantes y reemplazarlo por dos columnas metálicas – compuestos de cuatro elementos verticales estructurantes – que permitan continuidad programática, visual y espacial del espacio que se requería.
A partir de esto, se inserta un nuevo elemento constituido por columnas y vigas de madera laminada que admitió luces de 8 metros, conectando así las dos alas de la casa, sin modificar la cubierta existente, como espacio programático y conector entre estas; además las nuevas columnas acentúan la deformación vertical en el tiempo de las columnas existentes, y las vigas regulan la luz natural a las distintas horas del día. Este elemento estructurante se recubre con vidrio laminado como componente que permite el ingreso de luz desde la quinta fachada.
La intervención arquitectónica consiste en la conformación de un espacio diáfano y flexible que admite un programa que pueda cambiar en el tiempo, y que más allá de buscar pretensiones arquitectónicas, se conjugue con la mística de la hacienda e interiormente se perciba como un espacio que dialoga con lo pre existente.